No es que me importe que grites a los cielos tu afición por el pasado... o por ese pasado que va más atrás... No me interesa que en verdad prefieras sentarte y con tu cabeza cambiar aquello que no cambias con tus actos. En verdad, y aunque me incomoda, prefiero obviar el que tus pensamientos sean más altivos de lo que tu mismo piensas. Pero no me involucres a mi.
No quieres aceptar que mis esperanzas estén fijadas en eso que va más allá de lo que divisas; te molestas cada vez que mis temáticas no se delimiten a lo que tus manos pueden tocar y tus sentidos percibir.
¡Comprende que mi corazón palpita cada vez que escucha su nombre! ¡Se emociona al saber que a su lado tiene eternidad! Tal vez esa sea la razón de mi imposibilidad de pensar en ayer; en ese instante que ya no existe, que se fue para jamás volver.
Te lo imploro: ¡Olvida! ¡Olvida y perdona! No me mires a la cara si tus ojos no me pueden ver con amor. Tu mirada se vuelve una espada hiriente y desgarradora atravesando la inmensidad.
Te preguntas nuevamente el porqué a nosotros, sin darte cuenta que la respuesta está exactamente ahí. Es inherente, pequeño inconformista, a tu esencia, a tus más profundos deseos. Examina en tus entrañas, allí donde sólo tus enfermedades florecen, donde podrás conocer realmente quién eres.
¿O acaso crees que en algún punto eres distinto a los demás, a esos de quienes tanto te gusta hablar?
Reacciona, abre tus ojos. El corazón traspasará tus párpados y salpicará a otros de tu verdad. Esa que quieres negar.
El milagro no proviene de ti, no puede hacerlo. La quietud de tus cabellos al viento y la suavidad de tus pasos al caminar es un don sublime que no comprendes. Tus gritos son aún muy fuertes.
Tus manos, aún son ásperas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario