(Caunahue, Verano 2008)
Es extraño cómo en cuestión de segundos una decisión puede cambiar el resto de tu día.
Cómo en un abrir y cerrar de ojos tu conciencia puede realizar el mismo ejercicio, y sin meditar consecuencias, lanzarse a un vacío sin respuestas ni argumentos.
Si pudiesemos definir 'esto' sería así.
¿Por qué no poder tener la misma determinación para decirte a la cara sílaba tras sílaba?
Sí, lo sé.
Este estúpido miedo que me martiriza al mirarte a los ojos.
Esa tonta manía de mirar cómo sonríes desiquilibra mis intenciones y me paraliza.
¿Pero es que habrá otra cosa más esperanzadora que hacerlo?
"... Francisca saltó hacia su cama cuál cóndor llega al nido a cuidar de sus polluelos.
Sentía que sobre ella, sin pisar el suelo, viviría otra realidad.
Era allí donde no hacian falta sentimientos de culpa por el camino errado, era el escape perfecto ante el peso que recaía en sus hombros.
Vagaba ágil y presurosa entre emociones: aquellas que la caracterizaban, pero esta vez era algo más.
Cerro los ojos, abrió los brazos y comenzó a volar. Se elevó lentamente por sobre la copa de los árboles con la predisposición de mirar todo desde el punto más alto que encontrase.
De pronto y súbitamente estaba sobre miles de hojas de un tinte verde... otras eran amarillas por la cantidad de tiempo que llevaban sobre sí, pero cada una con ansias de morir bajo la dureza y fragilidad de aquella pluma.
Fue en esos instantes donde la doncella cerró el apetito y su olfato dejó de apreciar los más grandes manjares que traían a su mano. Sencillamente su mirada recorrió cada una de las hojas juntamente con sus manos, quienes la precedían.
Aún no logra comprender el cuándo fue que se levantó de su asiento."