30 ago 2009

Viento Recio


(Caunahue, Verano 2008)

Es extraño cómo en cuestión de segundos una decisión puede cambiar el resto de tu día.

Cómo en un abrir y cerrar de ojos tu conciencia puede realizar el mismo ejercicio, y sin meditar consecuencias, lanzarse a un vacío sin respuestas ni argumentos.
Si pudiesemos definir 'esto' sería así.
¿Por qué no poder tener la misma determinación para decirte a la cara sílaba tras sílaba?
Sí, lo sé.
Este estúpido miedo que me martiriza al mirarte a los ojos.
Esa tonta manía de mirar cómo sonríes desiquilibra mis intenciones y me paraliza.
¿Pero es que habrá otra cosa más esperanzadora que hacerlo?

"... Francisca saltó hacia su cama cuál cóndor llega al nido a cuidar de sus polluelos.
Sentía que sobre ella, sin pisar el suelo, viviría otra realidad.
Era allí donde no hacian falta sentimientos de culpa por el camino errado, era el escape perfecto ante el peso que recaía en sus hombros.
Vagaba ágil y presurosa entre emociones: aquellas que la caracterizaban, pero esta vez era algo más.
Cerro los ojos, abrió los brazos y comenzó a volar. Se elevó lentamente por sobre la copa de los árboles con la predisposición de mirar todo desde el punto más alto que encontrase.
De pronto y súbitamente estaba sobre miles de hojas de un tinte verde... otras eran amarillas por la cantidad de tiempo que llevaban sobre sí, pero cada una con ansias de morir bajo la dureza y fragilidad de aquella pluma.
Fue en esos instantes donde la doncella cerró el apetito y su olfato dejó de apreciar los más grandes manjares que traían a su mano. Sencillamente su mirada recorrió cada una de las hojas juntamente con sus manos, quienes la precedían.
Aún no logra comprender el cuándo fue que se levantó de su asiento."

1 ago 2009

Colección...

Hoy quizás me cuestiono muchas cosas que no debería cuestionarme y traslado mi memoria una y otra vez hasta aquel día... Aquel día cuando de la impotencia, nació esta suerte de 'poema'...

''Era duro, duro y frio cual hielo en medio del mar. Agrio, semejandte a aquel café mañanero al que olvidaste endulzar. Amargo como beber equivocadamente el más grande de tus errores. Eso fue lo que sentí, unido -claro está- a millares de hojas cayendo por entre mis mejillas. En cierta forma las sentía cayendo suaves; encarnando y llevando en sí dolor e impotencia, pero en el mismo plano, y aún más allá, en las profundidades de mi mente, sobrellevaba un nudo rígido y firme; de esos que se cuelan en tu garganta y se empotran hasta que algo, o alguien, los desata. Esto último es lo que aún no puedo descifrar.
Aquellas largas mañanas sin fin, que se unían sigilosas e inhertes a madrugadas añejas y frias. Ahí, donde las ramas se enredaron a una almohada pensando y buscando una solución; algún punto de escape por donde encontrar el camino original. Intentaba buscar el retorno, y a su vez unirlo a un avance; un futuro. Imaginé (o imagino, aún no lo sé) todas las posibles formas, habidas y por haber de hacerte feliz, y crecer juntos. Quizás ese fue mi problema; intentar pretender que era distinta y lo suficientemente especial como para cruzar aquel puente, tomados de la mano. Arriesgándonos juntos a conocer el mundo. Guardaba para mí tantos sueños -que de hecho, aún tengo- donde sólo estos 2 corazones serían los protagonistas. ¡Oh Dios mio! ¡Cómo puede una persona contener tanta rabia y frustación!, fue lo que dije antes de estallar en llanto.
Pero fueron esas hojas, esos pétalos de rosa, un tanto hipotéticos, los que se entremezclaron con el aroma a perdón. Suave, pero a la vez lo suficientemente frágiles como para pretender esparcirlos por entre mis dedos. No podrán ir más allá que pieza de colección. ¿Entiendes?